Alejandra Pizarnik es
considerada la última poeta maldita, la poeta suicida, la última surrealista,
la poeta icónica que quedó flotando en el tiempo y hoy 29 de abril, recordamos sus 84 años de nacimiento.
En mi vida hay un
antes y después del descubrimiento de su escritura. Un descubrir de a poco como
el lenguaje se asoma y se abre en cada una de sus palabras, se muestra con
verdad, con locura, con un apasionamiento asfixiante ante la vida y la muerte.
Ella ama con la
fuerza de la que espera, ama con ilusión, ama entre amores prohibidos y correspondidos,
ella hace de toda su escritura un fuego intenso, constante. El primer poema
suyo que leí fue a mis diecisiete años, quedé maravillada con la vitalidad y
fuerza con la que devoró mi mirada y estremeció mis emociones; ella
realmente vivió para la poesía, para hacerla, compartirla y permanecer en ella.
En el año 2016 visité
su tumba en Buenos Aires, a muchos les parece extraño que me haya tomado
una foto junto a su tumba; particularmente me gusta tratar a la muerte y a la vida
sin ninguna diferencia, ambas son reales, existen y no pretendo más que
compartir mi profundo agradecimiento y admiración a mi poetisa favorita, la que
me enseñó la precisión de las palabras, a vibrar junto a ellas y sobre todo a
amarlas.
“La poesía no es un grato esparcimiento. La poesía es un aullido que hicieron, que hacen, los seres por la noche. Alejandra, teje tus ideas a la luz de la tristeza. Piensa en la carencia, en la mía, en la tuya, en la suya. Piensa, piensa en la carencia. Curioso es vivir. Raro es vivir. Asombro es vivir. ¿Y por qué vivir?” – Alejandra Pizarnik.
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